lunes, 20 de agosto de 2012

EL INFIERNO DE TREBLINKA

"¡El horror! ¡El horror!" 
Joseph Conrad. El Corazón de las Tinieblas
Durante el verano 1944 el gran escritor ruso Vasili Grossman, corresponsal durante la II Guerra Mundial del periódico del ejercito soviético “Estrella Roja”, escribía un estremecedor artículo titulado “El Infierno de Treblinka” en el que describía los aterradores descubrimientos que hicieron las tropas soviéticas durante la liberación de Polonia en lo que parecía ser una apacible granja regentada por una familia ucraniana y que en realidad escondía uno de los campos de exterminio más terroríficos que la mente humana haya podido crear. Treblinka era y es una auténtica puerta directa al averno, a lo más oscuro y horroroso que puede esconder el corazón y el alma de los hombres. Hoy en día, 68 años después de estos terribles descubrimientos aún hay gente que se permite la negación del holocausto en un gesto que nos condena a su repetición una y otra vez a lo largo y ancho del mundo. La lista es larga. Argentina, Guatemala, Bosnia, Ruanda, Camboya, son sólo algunos de los nombres más conocidos, aunque no podemos olvidar otros genocidios ocultos en las entrañas de este sistema económico tan injusto, como los del hambre o las migraciones que, bajo un silencio cómplice de gobiernos y medios de comunicación están dejando miles, millones de muertos en un día a día implacable al que todos nos hemos insensibilizado. Un embrutecimiento de genero humano que provoca pavor.
Vasili Grossman durante la II Guerra Mundial
En medio de este clima de recesión en el que vivimos inmersos, condenados a brutales recortes en el estado del bienestar, siempre es fácil echar la culpa de todos nuestros males a los otros, a los diferentes. Son éstos discursos cercanos que escuchamos a algunos de nuestros políticos con menos escrúpulos y que son frecuentemente repetidos en cualquier conversación de barra de bar. Germinan por muchas partes las esporas del fascismo y del nazismo bajo altisonantes nomenclaturas de frentes nacionales y patriotismos baratos, refugios últimos de los canallas como dice aquella famosa cita del Dr. Samuel Johnson. Es por ello que no viene mal recordar parte de las palabras de Grossman. Porque en el origen de todo genocidio, del horror, siempre está la culpabilización de alguna étnia, raza o país.

“El orden del campo, la documentación precisa de los asesinatos, el gusto por las bromas monstruosas que de algún modo recordaban las de los soldados alemanes borrachos, cantando a coro canciones sentimentales entre charcos de sangre, los discursos que dirigían constantemente a los condenados y sus prédicas y citas religiosas impresas pulcramente en fragmentos especiales de papel, eran los reptiles y los dragones que se habían desarrollado a partir del embrión tradicional alemán del chovinismo, arrogancia, egoísmo, imperturbabilidad, cuidado esmerado del pequeño nido propio e indiferencia fría frente al destino de todo lo vivo sobre la tierra, de la feroz seguridad de que la música, la poesía, la lengua, los prados, los baños, el cielo y los edificios alemanes son los mejores del universo...”
Judios en el camino a Treblinka

La referencia a ese sentimiento de superioridad del que hacían gala los monstruos de Treblinka no deja de inquietarme cuando hoy en día escucho a algún dirigente alemán, o de la opulenta Europa del Norte, referirse con arrogancia a sus vecinos dilapidadores del Sur mientras nuestros gobernantes asienten con disciplinada complacencia. Sobre todo, porque percibo en los mensajes de estos talibanes del neoliberalismo económico esa “indiferencia fría frente al destino de todo lo vivo sobre la tierra” a la que aludía Grossman. Y es que oculta bajo tanta austeridad, tanta medida liberalizadora o cómo quieran llamar a la amputación de derechos que venimos sufriendo, están millones de personas a las que cada día resulta más difícil no ya vivir con dignidad, sino simplemente sobrevivir. Una estremecedora deshumanización de la sociedad que no puede traer nada bueno.
Sirvan estas letras, en todo caso, como modesto homenaje a tantos millones víctimas de la locura y mortífera determinación de todos los totalitarismos.
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